El mejor tirador de los tiempos
En primer lugar cabe definir qué es el tiro exterior, algo que damos por hecho pero que el baloncesto tardó más de medio siglo en concebir, reconocer e integrar en su totalidad, en hacerlo como un recurso más en el orbe de fundamentos destinados a vertebrar el juego. Por definición, lanzar (shoot) ignora la distancia. Se lanza a canasta con una bandeja o con un triple. Y en el origen, en su primera experimentación, la única luz se reducía al lanzamiento, a sacar aire entre el confuso nudo de brazos para poder arrojar el balón. Y pasará mucho tiempo antes de referir el tiro como un tipo de acción con distancia por medio y antes de bautizar al tirador como algo próximo a un especialista en el acierto exterior.
Será entonces cuando el shooter cobre realidad material como término para definir al jugador competente en la distancia y más tarde el sharpshooter como condición maestra. Del nacimiento del baloncesto a nuestros días dos fundamentos técnicos presentan una mayor evolución: el manejo del balón y el tiro exterior.
Pero su crecimiento no siempre fue de la mano. En los años setenta el manejo del balón se disparó a gran velocidad mientras que el tiro exterior estabilizó su ritmo asimilando un nuevo contexto que haría de antesala a otro salto mayor. Y es cosa reciente que cuando el manejo del balón parece haber alcanzado un umbral de estabilidad, el tiro exterior no lo conoce y sigue creciendo sin avistar horizonte. Al extremo de estar a punto de absorber al primer factor y ser hoy testigos —a través de un único jugador— del primer ejemplo de fusión material entre ambos recursos. Para llegar a algo así han debido transcurrir casi ciento veinticinco años.
Para conseguir algo así eran necesarias tres cosas: algún tipo de formato unánime en su ejecución, una destreza regular en el tiro a distancia —superior a cinco metros— y una ampliación del vocabulario para toda suerte de tiros no exteriores, una nomenclatura específica que crecerá en paralelo al enriquecimiento técnico del juego.
Durante algún tiempo los historiadores especularon sobre el origen del lanzamiento exterior. No investigaban el nacimiento de una aptitud, sino del recurso estable. Como la solución no era fácil ni única emplearon una coartada más sencilla: el origen del «tiro en suspensión». Ese era el formato a explorar. Consideraban, con razón, que el jump shot era el detonante original, el embrión de la técnica del tiro exterior y el punto de partida para toda posterior evolución. Acordaron situar la invención en la escena universitaria y fecharla en torno a los primeros años treinta, lo que implicaba que durante las cuatro décadas anteriores (1891-1931) el lanzamiento a distancia —paradójicamente el más prolífico— carecía de propietarios únicos, de jugadores cuyo primer rasgo fuera el acierto exterior. Los investigadores habían encontrado por fin la morfología raíz. Pero al precio de desestimar el segundo principio: la destreza, fuese o no regular.
Y sin embargo la hubo. De entre la oscura casuística de aquel primer tercio de siglo, cabe rescatar el increíble caso del minúsculo Barney Sedran (1,63 m / 52 kg), figura que enmarcar dentro de la durísima trayectoria vital del baloncesto judío en el noreste de los Estados Unidos. «Debido a su pequeño tamaño Sedran se vio obligado a desarrollar una destreza especial en el tiro exterior con resultados insólitos por aquel entonces. En 1914, jugando para Utica en la New York State League ante el equipo de Cohoes, Sedran lograba anotar hasta diecisiete lanzamientos de entre seis y siete metros de distancia en aros sin tablero» (Invasión o victoria, p. 35). Sedran precisaba ese hábito porque el salvaje interior le estaba vedado. Su caso simboliza un extremo, tal vez el más brillante en aquel primer tercio de siglo. Pero también el paradigma de la futura evolución técnica, de su eterno combustible: la necesidad de agudizar el ingenio para poder sobrevivir en un entorno adverso. Aunque el suyo fuera de un grado inimaginable hoy día. La prolongada era de la cages (jaulas) seguirá siendo por siempre la más cruda y violenta en la historia del juego. Las veladas se cobraban en sangre el precio de poder subsistir.
Abundando en la exploración del formato original, era, pues, necesario encontrar ejemplares que ejercieran un contagio mayor, que abandonaran su papel de excepción. De entre los diversos trabajos para encontrar la semilla del tiro exterior destaca la obra The Origins of Jump Shot (John Christgau, 1999) por su acierto en concentrar al grupo de pioneros cuyo influjo fue erosionando la técnica en el lanzamiento de media y larga distancia que hasta entonces había imperado hegemónica: el tiro de pecho con los pies en el suelo (set shot). La obra, sin embargo, no estuvo exenta de críticas por su excesiva audacia en conceder el origen de la suspensión a un único jugador —John Miller Cooper, durante un partido de Missouri en 1931— en lugar de distribuirlo, como poco, en el octeto formado por Belus Van Smawley, Bud Palmer, John Gonzalez, Whitey Skoog, Dave Minor, Johnny Adams, el propio J. M. Cooper y Kenny Sailors. Precisamente a Sailors brinda el Basketball Hall of Fame el honor de la invención, pudiendo incurrir en el mismo exceso de Christgau en reducirla a un solo nombre. A esta segunda tesis ha acudido como apoyo la reciente obra Basketball Innovator and Alaskan Outfitter (Lew Freedman, 2014).
No obstante ambas fuentes se justifican por contar con una información verificable, con un mayor número de pruebas en el baloncesto profesional hasta 1951. Pero igualmente quedarían sepultados otros posibles, como Bevo Francis o Frank Selvy, quien años después de anotar cien puntos (Furman Vs. Newberry, NCAA, 1954) aseguraba que al menos una docena de sus cuarenta y una canastas habrían sido triples en el baloncesto moderno, para lo que era necesaria una habilidad similar a la de Cooper o Sailors.
Será entonces cuando el shooter cobre realidad material como término para definir al jugador competente en la distancia y más tarde el sharpshooter como condición maestra. Del nacimiento del baloncesto a nuestros días dos fundamentos técnicos presentan una mayor evolución: el manejo del balón y el tiro exterior.
Pero su crecimiento no siempre fue de la mano. En los años setenta el manejo del balón se disparó a gran velocidad mientras que el tiro exterior estabilizó su ritmo asimilando un nuevo contexto que haría de antesala a otro salto mayor. Y es cosa reciente que cuando el manejo del balón parece haber alcanzado un umbral de estabilidad, el tiro exterior no lo conoce y sigue creciendo sin avistar horizonte. Al extremo de estar a punto de absorber al primer factor y ser hoy testigos —a través de un único jugador— del primer ejemplo de fusión material entre ambos recursos. Para llegar a algo así han debido transcurrir casi ciento veinticinco años.
Para conseguir algo así eran necesarias tres cosas: algún tipo de formato unánime en su ejecución, una destreza regular en el tiro a distancia —superior a cinco metros— y una ampliación del vocabulario para toda suerte de tiros no exteriores, una nomenclatura específica que crecerá en paralelo al enriquecimiento técnico del juego.
Durante algún tiempo los historiadores especularon sobre el origen del lanzamiento exterior. No investigaban el nacimiento de una aptitud, sino del recurso estable. Como la solución no era fácil ni única emplearon una coartada más sencilla: el origen del «tiro en suspensión». Ese era el formato a explorar. Consideraban, con razón, que el jump shot era el detonante original, el embrión de la técnica del tiro exterior y el punto de partida para toda posterior evolución. Acordaron situar la invención en la escena universitaria y fecharla en torno a los primeros años treinta, lo que implicaba que durante las cuatro décadas anteriores (1891-1931) el lanzamiento a distancia —paradójicamente el más prolífico— carecía de propietarios únicos, de jugadores cuyo primer rasgo fuera el acierto exterior. Los investigadores habían encontrado por fin la morfología raíz. Pero al precio de desestimar el segundo principio: la destreza, fuese o no regular.
Y sin embargo la hubo. De entre la oscura casuística de aquel primer tercio de siglo, cabe rescatar el increíble caso del minúsculo Barney Sedran (1,63 m / 52 kg), figura que enmarcar dentro de la durísima trayectoria vital del baloncesto judío en el noreste de los Estados Unidos. «Debido a su pequeño tamaño Sedran se vio obligado a desarrollar una destreza especial en el tiro exterior con resultados insólitos por aquel entonces. En 1914, jugando para Utica en la New York State League ante el equipo de Cohoes, Sedran lograba anotar hasta diecisiete lanzamientos de entre seis y siete metros de distancia en aros sin tablero» (Invasión o victoria, p. 35). Sedran precisaba ese hábito porque el salvaje interior le estaba vedado. Su caso simboliza un extremo, tal vez el más brillante en aquel primer tercio de siglo. Pero también el paradigma de la futura evolución técnica, de su eterno combustible: la necesidad de agudizar el ingenio para poder sobrevivir en un entorno adverso. Aunque el suyo fuera de un grado inimaginable hoy día. La prolongada era de la cages (jaulas) seguirá siendo por siempre la más cruda y violenta en la historia del juego. Las veladas se cobraban en sangre el precio de poder subsistir.
Abundando en la exploración del formato original, era, pues, necesario encontrar ejemplares que ejercieran un contagio mayor, que abandonaran su papel de excepción. De entre los diversos trabajos para encontrar la semilla del tiro exterior destaca la obra The Origins of Jump Shot (John Christgau, 1999) por su acierto en concentrar al grupo de pioneros cuyo influjo fue erosionando la técnica en el lanzamiento de media y larga distancia que hasta entonces había imperado hegemónica: el tiro de pecho con los pies en el suelo (set shot). La obra, sin embargo, no estuvo exenta de críticas por su excesiva audacia en conceder el origen de la suspensión a un único jugador —John Miller Cooper, durante un partido de Missouri en 1931— en lugar de distribuirlo, como poco, en el octeto formado por Belus Van Smawley, Bud Palmer, John Gonzalez, Whitey Skoog, Dave Minor, Johnny Adams, el propio J. M. Cooper y Kenny Sailors. Precisamente a Sailors brinda el Basketball Hall of Fame el honor de la invención, pudiendo incurrir en el mismo exceso de Christgau en reducirla a un solo nombre. A esta segunda tesis ha acudido como apoyo la reciente obra Basketball Innovator and Alaskan Outfitter (Lew Freedman, 2014).
No obstante ambas fuentes se justifican por contar con una información verificable, con un mayor número de pruebas en el baloncesto profesional hasta 1951. Pero igualmente quedarían sepultados otros posibles, como Bevo Francis o Frank Selvy, quien años después de anotar cien puntos (Furman Vs. Newberry, NCAA, 1954) aseguraba que al menos una docena de sus cuarenta y una canastas habrían sido triples en el baloncesto moderno, para lo que era necesaria una habilidad similar a la de Cooper o Sailors.
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